miércoles, 25 de mayo de 2011

Preludio


Aquella noche te quedaste solo, no hubo nadie que se quedara a hacerte compañía.

Y sentiste por vez primera, un escalofrío recorrer tu cuerpo. Sensación que desconocías, hasta esa noche. Fue muy extraño para ti.
Vivir en una casa tan grande como la tuya es todo un reto, con sus  más de 40 habitaciones, largas escalinatas e interminables corredores, y con su ancestral fachada ahora en decadencia, vestigios innegables de glorias  pasadas. Pero esta no es ocasión para hablar de vuestra morada. Por ahora, solo relataremos lo que os paso en vuestra habitación.
Muy a pesar de tu corta edad, jamás mostraste temor alguno ante lo sobrenatural, hasta aquel día claro.
Tu habitación estaba ubicada en la segunda planta, al final de aquel tenebroso corredor, que culminaba con ese majestuoso ventanal que mostraba la misteriosa imagen del viejo cementerio.
Solo despediste a tu último invitado y rápidamente te dirigiste a tu habitación. Esa noche, aquel corredor parecía interminable, tétrico, sombrío. Cada puerta parecía abrirse al verte pasar, como invitándote a entrar. 
Hasta que por fin llegaste a tu recámara, presuroso aseguraste la puerta de gruesa madera  con aquel oxidado picaporte. Encendiste el viejo candelabro que se encargaba de iluminar tu habitación. Guardaste silencio por un momento para elevar una pequeña plegaria. Te pusiste tu ropa de dormir y te hundiste en la enorme cama que aguardaba impaciente tu acometida. Apenas te disponías a apagar la luz, cuando de pronto, una inquietante ventisca irrumpió en el lugar arrebatador amente, azotando el desgastado ventanal de madera y herrajes contra los muros y apagando bruscamente la luz antes que vos lo hiciera. Y sentiste miedo, aquella brutal sensación de angustia que creíste jamás sentirías, te levantaste rápidamente a cerrar la ventana y de un solo brinco llegaste hasta tu cama.
¿Qué me esta pasando? Te preguntabas, yo jamás había sentido esto. ¿Estaré enfermo acaso? Mientras la angustia y el desasosiego se apoderaba lentamente de tu ser, impidiéndote  pensar con claridad.
Mientras tanto, fuera de tus pensamientos todo parecía continuar en apacible calma. Pero no era así.
Le viento estaba furioso, y azotaba las ramas de los arboles con infernal estruendo, haciéndoles crujir, y arrancándoles terribles y desgarradores lamentos. La luz de la luna entraba por aquella temerosa ventana, mostrándote grotescas siluetas que forcejeaban unas contra otras como preludio a lo que se veía venir. Mientras tanto, tú no podías cerrar los ojos, pareciera que seres del inframundo retenían contra tu voluntad todo tu ser, y así poder ser testigo obligado de aquella ominosa puesta en escena.
Y que piensas hacer ahora, tiemblas de manera inexplicable, tu piel se eriza, tu frente suda frío, no puedes gritar, tu garganta parece haber sido desgarrada por siniestras fuerzas que no puedes ver. Cubres tu cuerpo de pies hasta la cabeza con las sabanas de vuestra cama, y pides a Dios que todo esto termine pronto, pero parece que no será así. Es apenas media noche…